domingo, 30 de marzo de 2014

Sal con una chica que lee (Rosemary Uquico, en respuesta a Charles Warnke)

Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.

Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas.

Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.

Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella.

Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si lo hace.

Por lo menos tiene que intentarlo.



Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo.

Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos.

¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo.

Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son.

Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.

Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas.

Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.

O mejor aún, a una que escriba.

Sal con una chica que no lee (Charles Warnke)

Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada.
 Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela.


Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta.

Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.

Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.

Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato.

Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo continuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.

Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza.

No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.

sábado, 22 de marzo de 2014

No hay nada más horrible que intentar hacer una canción y que no te salga. No, lo peor es que tengo un par de letras, tengo un par de armonías pero no puedo unirlas. Hay algo en el medio que me está faltando y no sé bien qué es. Qué paja. 

martes, 18 de marzo de 2014

Queremos tanto a Julio.

Creo que en parte lo valioso de Cortázar, o por lo menos lo que me pasa a mí al leerlo, es que me genera una sensación de entender todo pero al mismo tiempo no entender nada. Será algo en su forma de escribir -por cierto, quiero decir que para mí escribe un toque mal, vengan de a uno-, no sé bien qué, pero me pasa eso. Entiendo lo que estoy leyendo, diría que hasta lo hago propio, pero probablemente si me pidieran analizar a Julio, se me haría muy difícil. Creo que él mismo se definió: "la verdadera explicación, sencillamente, no se puede explicar"

sábado, 15 de marzo de 2014

-¿Y si no pasa nada?
-¿Y si pasa todo?

lunes, 10 de marzo de 2014

Soy #2

Soy una canción sin escribir, un disco sin grabar.

Soy la memoria de mi vieja, soy el amor por los libros de mi viejo

Soy la que odia hablar de futuro
Soy la que mantiene esa imaginación de infante y proyecta 21903812093 situaciones

Soy la incapacidad de exteriorizar de mi viejo
-empiezo a creer que ese es uno de los motivos por los que mi hermana y yo elegimos la psicología-

Soy la que escucha cualquier banda y se caga en las contradicciones
-no tanto-

Soy El principito leído 10 veces
Soy El principito leído una vez más.

random 8

me arden los ojos y debería ir al oculista
-siempre me acuerdo de cuando maite me dijo que iba a ser una treintañera con anteojos hipsters que tocaba en bares-

nada, no sé
mañana empezamos las clases y es quinto y blabla esas pelotudeces
así que toda persona que me hable del futuro recibirá balazos
-¿qué vas a seguir? -psicología (pero voy a ver qué onda con la guitarrita)

le tengo que decir a mi hna para ir a ver a perotá
y a zaz

tocan las pastillas en el malvinas!!111 igual no

estas vacaciones iba a pintar mi cuarto y cambiar los muebles
no hice ninguna de las dos cosas


sábado, 8 de marzo de 2014

irme con vos

Si interesa te puedo contar lo que me pasó cuando tenia quince, creía que el amor era más grande que yo. 

[Espero no haber dicho eso antes. Pero en este canto no sé a quien canto

no comprés que tengo acá

mirando el lyric video de queso comiendo un sambuchito de madness

ah no pará, al revés
el otro dia pase de muse a kapanga porque doroga

jueves, 6 de marzo de 2014

BUEEENA EMO NOSTALGIA

2011

Porque ya sé que era harapos. Que tenía una rasta, que tenía una banda de reggae y pensaba que éramos lo mejor del mundo, que me vestía mal. ¿Pero sabés lo que pasa? Estaba convencida de que lo que estaba haciendo estaba bien. Escribía una canción y sentía que podía cambiar el mundo. Leía a Galeano y creía en las utopías, quería llevarme el mundo por delante. Pero lo que más extraño, es que creía realmente en lo que hacía. Que más allá de lo que después pasó, en ese momento, en ese preciso instante, en ese presente, sentía que podía hacer lo que quisiera. 

Y hoy no me pasa, o me pasa menos. No me pasa casi nunca. Creo que son contadas con una sola mano la cantidad de veces que me pasa ahora. Me pasa cuando leo algo sobre psicología, me pasa cuando escribo una canción. Y alguna que otra vez. 

Eso extraño. Estar convencida de que lo que estoy haciendo está bien. No sé bien cuándo me convertí en un container de dudas. 

las palabras desgastadas

"Si algo sabemos los escritores es que las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres y los caballos" 

ay julito...

miércoles, 5 de marzo de 2014

-¿Alguna vez te pasó? 
-¿Qué? 
-Eso. Sentir culpa pero no saber bien por qué. 
-No, la verdad que no ¿Sabes por qué?
-No.
-Porque no existe. La culpa siempre es por algo. Sentimos culpa para reafirmar que no somos perversos. La culpa siempre es por algo. Cuando no sabes por qué es, es porque es una culpa infundada.
-¿Culpa infundada?
-Sí. Culpa que te pasaron los demás. Te hicieron sentir que lo que hacías estaba mal, pero no. No está mal. No hay nada incorrecto en hacer lo que sentís. Grabátelo en la cabeza. 
-Sí, puede ser eso. No sé, mañana vuelvo a terapia. 

martes, 4 de marzo de 2014

En serio, me tengo que calmar con las cosas que sueño. Inconsciente inmanejable y la puta que te parió ♥

sábado, 1 de marzo de 2014

"No me entrego desollada" @ Silvina Giaganti

No sé si lo sabías pero cuando te vi parada en la esquina de Córdoba y Gascón se me alteró de golpe la composición del cuerpo. Estabas con tres amigos y tenías una botella de cerveza chica en la mano, yo llegué y me paré a la izquierda de la entrada de Dasein, hasta que te acercaste a la puerta y entré al lugar mirándote de refilón. Cuando las organizadoras del evento me pasaron los más de sesenta textos para hacer una selección me hipnotizaron los tuyos. Eran dos, uno hablaba de perros y el otro de una moto, de líneas que fugaban por acción de lo veloz y de galgos desamparados. Estaban escritos con la ausencia de estridencia y con la frescura de una persona que imaginé bella. Te busqué en la red social, vi tu foto de perfil sentada en el pasto y mirando para abajo y confirmé que eras hermosa. Y te pedí amistad.

No sé si lo sabías, pero cuando subiste al lugar montada en esos borceguíes negros por esa escalera de madera oscura y crujiente y abandonaste el frío inesperado de la calle, inapropiado para ese sábado 21 de septiembre, una hora después de subir yo, y nos presentaron y quedamos a cuarenta centímetros una de la otra, te hablé y sentí mi voz disolverse como una barra de cera en el fuego, expandirse las pupilas de mis ojos como algas en el agua, y mientras me reacomodaba en la incomodidad de hablarle en la cara a alguien que me gustaba mucho, nos empezamos a sonreír bajando la bandera de largada a una coreografía visual que no paró de integrar escenas durante toda la noche. Hablamos de tus poemas, de cómo quedó colgada la muestra, en el medio te presentaron a otras personas y a mí me regalaron un libro de Scott Fitzgerald, El precio era alto. Me compraste una coca y cuando te la quise pagar me dijiste que te la salde invitándote más tarde una cerveza.

No sé si lo sabías, pero cuando se estaba haciendo tarde y la fiesta se estaba terminando y la banda de chicas que tocaban ukeleles había dejado de tocar, y yo había hablado con algunas amigas de que te iba a encarar y salí al patio para ir al baño y tomar el aire fresco necesario para devolverte la cortesía de la coca con una cerveza y con una invitación a que gustes de mí, nos cruzamos de nuevo y la cerveza me la pediste vos. Te dije: “Ahora vuelvo, esperame”, fui a comprar la cerveza de litro de la única marca que quedaba y me dieron el envase con dos vasos gigantes de plástico transparente. Entré y esta vez nos hablamos a veinte centímetros, y te dije mirando primero la camisa escocesa de friza que tenías puesta y después tus ojos: “Me gustás”; entonces vos me preguntaste: “¿Sí?, ¿y qué hacemos con eso?”; yo te respondí “todo” con los ojos, y dos horas y media después de pasarte mi dirección por celular, de terminar de jugar al ping pong y vos bailar electrónica en un boliche del microcentro, nos mensajeamos y nos tomamos cada una un taxi, nos encontramos en mi casa, nos besamos, hicimos el amor, escuchamos Victorialand de Cocteau Twins dos veces, y a la mañana siguiente te preparé el desayuno con mate dulce y pan de salvado doble con manteca que comimos en la barra, mientras tus gestos buscaban argumentos para no enamorarte.

No sé si lo sabías pero hace casi cinco meses que el amor nos transformó y que siento que el mundo tiene arreglo. Que abro los ojos pensando en vos y que hace dos sábados te compré un regalo porque te extrañaba demasiado. Que todos los regalos que te hice intentan ser la narración en forma de objetos de nuestra historia de amor. Que ir al cine y agarrarnos de la mano por primera vez en la oscuridad me hizo sentir arriba de un auto que vuela. Que me gustas más que todas las endorfinas que produce mi cuerpo. Que nuestra relación tiene vocación de recuerdo inolvidable. Que no cumplís con mi tipo porque lo vivís rebasando. Que nunca vi unos ojos como los tuyos. Que no tenía ganas de hablar de amor hasta que te conocí.

Pero no sé si sabías que no vengo con la marca de un lunar de nacimiento, sino con la de una abolladura. Que me gustan las películas de guerra porque los soldados hablan corto e importante porque saben que pueden morir en cualquier momento. Que las películas de amor suelen ocultar que a veces en la vida te bombardean con napalm. Que no sé soportar la dependencia y aprendí con pericia a tenerme a mí misma. Que mis brazos y mis piernas son todo lo que tengo, y todo lo que tengo cabe en ellos, y que mi boca es filosa como un cuchillo de cerámica y que a veces me preguntó qué estará cortando. Que mi brújula existencial está descalibrada. Que no dejo que nadie me suba la bicicleta por la escalera y que no pido ayuda aunque sé recibirla. Que me gusta la soledad como me gusta el whisky y la música country. Que no me da miedo mirar la forma que adquiere un precipicio y que el perdón más importante es el que se da uno a sí mismo. Que Poxi, mi perra, es mi compañera, que me imagino con ella hasta en un paisaje apocalíptico como el de La carretera. Que es poco lo que tengo porque todo es transitorio y que mi corazón pesa mucho como para sumar objetos. Y que tengo la fuerza de las plantas de los pies de un atleta africano. Que me encanta estar con vos y también jugar al fútbol con mis amigas, leer libros de madrugada antes de caer rendida y cocinarme una comida rica y sentarme en silencio para comerla. Y que el nuestro es un paréntesis que podría no haber sido.

El amor es un relato que nos deja a la intemperie, a estar expuestas al destino de fracasar, porque el amor, a pesar de estar hecho de la materia del deseo, está libre de él y hace lo que quiere con nosotras. Porque sabemos bien que a pesar de San Valentín y su ejército voluntario de corazones biempensantes, de corazones con relleno Bon o Bon, todo amor es un amor ya perdido, todo amor es un amor que se ejercita en la angostura de una cornisa sobre un paisaje vacío de 360 grados. Porque si bien alguien dijo que amar es vivir en la temperatura de la eternidad, sabemos que el amor es aquello que no puede detenerse para evitar que se pierda. Por eso no me ofrezco en carne viva ni me ofrezco desollada, me ofrezco reafirmando mis potencias y sabiendo que soy por mí misma narrada. Porque podemos dejar de amarnos pero no podemos dejar de narrar ni de narrarnos.

El lunes me dejaste y la vida sigue, y las cosas no “pasan”, se acumulan todas. Y a ellas y a todo sobrevivimos. Porque todo lo que nace separado muere de la misma forma. Y voy a llorar por eso un rato, pero después me voy a parar como un ternero recién nacido y voy a continuar mi camino.

Cómo se pasa al lado

Los descubrimientos más importantes se hacen en las circunstancias y los lugares más insólitos. La manzana de Newton, mire si no es cosa de pasmarse. A mí me ocurrió que en mitad de una reunión de negocios pensé sin saber por qué en los gatos -que no tenían nada que ver con el orden del día- y descubrí bruscamente que los gatos son teléfonos. Así nomás, como siempre las cosas geniales. 
Desde luego, un descubrimiento parecido suscita una cierta sorpresa, puesto que nadie está habituado a que los teléfonos vayan y vengan y sobre todo que beban leche y adoren el pescado. Lleva su tiempo comprender que se trata de teléfonos especiales, como los walkie-talkies que no tienen cables, y además que también nosotros somos especiales en el sentido de que hasta ahora no habíamos comprendido que los gatos eran teléfonos y por lo tanto no se nos había ocurrido utilizarlos. 
Dado que esta negligencia remonta a la más alta antigüedad, poco puede esperarse de las comunicaciones que logremos establecer a partir de mi descubrimiento, pues resulta evidente la falta de un código que nos permita comprender los mensajes, su procedencia y la índole de quienes nos los envían. No se trata, como ya se habrá advertido, de descolgar un tubo inexistente para discar un número que nada tiene que ver con nuestras cifras, y mucho menos comprender lo que desde el otro lado puedan estar diciéndonos con algún motivo igualmente confuso. Que el teléfono funciona, todo gato lo prueba con una honradez mal retribuida por parte de los abonados bípedos; nadie negará que su teléfono negro, blanco, barcino o angora llega a cada momento con un aire decidido, se detiene a los pies del abonado y produce un mensaje que nuestra literatura primaria y patética translitera estúpidamente en forma de miau y otros fonemas parecidos. Verbos sedosos, afelpados adjetivos, oraciones simples y compuestas pero siempre jabonosas y glicerinadas forman un discurso que en algunos casos se relaciona con el hambre, en cuya oportunidad el teléfono no es nada más que un gato, pero otras veces se expresa con absoluta prescindencia de su persona, lo que prueba que un gato es un teléfono. 
Torpes y pretenciosos, hemos dejado pasar milenios sin responder a las llamadas, sin preguntarnos de dónde venían, quiénes estaban del otro lado de esa línea que una cola trémula se hartó de mostrarnos en cualquier casa del mundo. ¿De qué sirve y nos sirve mi descubrimiento? Todo gato es un teléfono pero todo hombre es un pobre hombre. Vaya a saber lo que siguen diciéndonos, los caminos que nos muestran; por mi parte sólo he sido capaz de discar en mi teléfono ordinario el número de la universidad para la cual trabajo, y anunciar casi avergonzadamente mi descubrimiento. Parece inútil mencionar el silencio de tapioca congelada con que lo han recibido los sabios que contestan a ese tipo de llamadas.