domingo, 5 de febrero de 2012

La resignación.

Voy a escribir acerca de algo que me dio vueltas en la cabeza por un tiempo bastante largo: la resignación. 


En sí la resignación es una de las peores mierdas del ser humano. Esa falta de impulso para hacer algo, o el simple hecho de creer que algo no se puede hacer, no se puede sentir o no se puede decir. 


Pero en esta entrada voy a dedicarme a una resignación en particular: la resignación a sacar el niño que llevamos dentro. ¿Quién dice a qué edad se deben dejar de hacer ciertas cosas? Obviamente hay cosas que por una cuestión de salud y demás hay que cambiar, pero pensemos por un segundo... ¿Qué pasaría si todos los adultos se dieran un tiempo para dejar volar su imaginación? ¿Qué pasaría si todos fuésemos como "El principito", cuando ve aquel dibujo de una caja, e imagina que es su cordero? ¿Qué pasaría si a todos los adultos les mostrásemos esa caja? Seguro que muchos de ellos se reirían, se burlarían de él o no lo entenderían.

Porque muchas veces se habla de "ser adulto" o "comportarse como un adulto", como un signo de madurez. Pero les digo algo: se puede ser maduro y ser un niño a la vez. Se pueden afrontar los problemas como una persona madura, pero con una sonrisa. Con buena cara y "haciéndose cargo para poder resolver". Se puede jugar con la imaginación, se puede volar. 


Al fin de cuentas, muchas de las miserias actuales, se deben a que muchísimos adultos se resignaron. Decidieron resignarse y reprimir algún que otro sentimiento, alguna que otra sonrisa, algún que otro dibujo y algún que otro verso. 


Para despedirme, dejo un fragmento de un cuento que leí ayer de Silvia Schujer, quien embelleció mi infancia con sus "cuentos cortos, medianos y flacos":

Tal vez pase mucho tiempo hasta que en Villa Niloca los habitantes comprendan por qué son como son y de qué manera podrían cambiar.
Lo importante es que, tanto en esa villa como en cualquier otra parecida, la gente se preocupe por vivir mejor. Aunque para eso haya que trabajar mucho. Aunque, al fin de cuentas, haya que enfrentar si es necesario, a don José de la Pereza cuyas ideas sobreviven entre sus fieles sucesores.